Conforme vamos envejeciendo el número de células de la piel y el tamaño de estas va disminuyendo. Además, la función como barrera de protección de la piel es menos efectiva y la regulación de la temperatura también es menos eficiente. Asimismo, hay una declinación en la producción de sebo y vitamina D. Por esta razón, la piel se vuelve más delgada y la producción de colágeno, elastina y ácido hialurónico se reduce (se dice que la producción de colágeno disminuye un 1% cada año después de cumplir los 20 años).
A primera vista estos cambios pueden presentarse como piel seca, líneas finas y arrugas. La piel comienza a perder su soporte y textura. Estos síntomas pueden comenzar a aparecer a finales de los 20 y principios de los 30 años. Además, dejando la estética a un lado, al envejecer la respuesta inmune de la piel es afectada y ciertos tipos de cáncer se vuelven más comunes.
El envejecimiento de la piel ocurre por una variedad de razones, algunas están bajo nuestro control y otras no:
Aquellos factores que no podemos frenar tienen que ver con la genética, por ejemplo (si tus padres envejecieron bien, es probable que tú también lo hagas). También se relaciona a las hormonas, y esto es aún más decisivo para las mujeres, ya que no solamente nuestra piel se ve afectada en los ciclos mensuales, sino también durante el embarazo y la menopausia. Después de la menopausia, los niveles de estrógeno declinan y esto disminuye la elasticidad de la piel y la hidratación, haciendo así que aparezcan más arrugas y la piel se vuelva seca.
Afortunadamente, hay un factor clave que podemos controlar y está relacionado al sol. Los rayos UVA y UVB son los grandes culpables del envejecimiento de la piel, por esto, usar un adecuado protector solar es esencial para detener el paso del tiempo.
Sigue una rutina que estimule la producción de colágeno, y elastina. Además, nunca olvides hidratar tu piel y usar protector solar a diario para prevenir el envejecimiento prematuro.
